Queremos vivir felices y en armonía, sentir bienestar y paz interior, construir relaciones sentimentales basadas en el amor, el respeto y la confianza, relaciones sociales sanas y equilibradas, educar a nuestros hijos con paciencia, benevolencia y compasión…  Queremos sentirnos bien con nosotros mismos.

Admiramos a las personas que transmiten a los demás seguridad, entereza, empatía, asertividad, cordialidad, cultura, buenos modales, armonía, felicidad…

Pero muchas de esas personas cuando llegan a su casa muestran una faceta distinta: malestar, disgusto, quejas, impaciencia, poca comunicación, agresividad verbal…

Resulta paradójico que haya personas que cuando se refieran a alguien utilizan expresiones como: “es encantador/a”, “es agradabilísimo/a”, “una persona educadísima y muy entretenida”… Sin embargo, la gente con la que convive opina que: “está siempre de mal humor”, “la convivencia diaria es muy difícil”, “no está conforme con nada, todo le molesta”…

Cada uno elegimos la vida que queremos vivir y decidimos si nos hace felices o desgraciados.  Es una elección de vida y a pesar de que a veces nos lleva a situaciones extremadamente difíciles tenemos la capacidad de sobreponernos y continuar para encontrar de nuemvo la felicidad.

Son nuestras elecciones.  Si decidimos sentirnos frustrados con la vida que hemos elegido, mostrarnos desagradables y transmitir nuestra peor versión a la gente con la que convivimos es porque así lo hemos elegido.  Pero, ¿es cierto que esa es la actitud que queremos tener en la vida?  ¿nos hace felices comportarnos así?  ¿queremos acabar nuestros días sintiendo que hemos vivido una vida desgraciada porque no hemos hecho nada para cambiarlo?

Si tenemos la vida que hemos elegido y sabemos que tenemos la capacidad de sentirnos felices, ¿por qué nos empeñamos en vivir infelices?

¿Es que las personas con las que convivimos no se merecen admirar todos los días nuestra mejor faceta y sentirse orgullosos de la persona con la que conviven?

Si te encuentras reflejado en este artículo y estás cansad@ de sentirte desgraciad@, cambia tu perspectiva, respeta a las personas que quieres, practica la autocompasión contigo, ofrécete y ofréceles la mejor versión de ti, elimina las creencias y los pensamientos limitantes que te llevan a sentirte frustrado, y si lo crees necesario busca ayuda profesional.  Te mereces ser feliz contigo y con las personas que has elegido vivir, y ellos contigo.

Nuestros hijos reflejan lo que aprenden en casa.  Cuando escuchamos niños o adolescentes cuyas quejas y críticas marcan con frecuencia su comunicación estamos ante el ejemplo de una familia que hace de la queja y la crítica constantes el lema de sus vidas.

Démosles la oportunidad de crecer en un ambiente en el que perciban crítica constructiva apartados de la queja infinita para que puedan tener una mente más abierta y estén receptivos de manera positiva a las experiencias y las personas que pasan por sus vidas.

“Muchos emplean la mitad de su vida en hacer miserable la otra mitad”. – Benjamin Franklin.